Lilith (cuento de Amanda Pedrozo)

Desde el día que supe que Miguel Angel la había pintado y
vi las fotografías del cuadro del Paraíso con la imagen
soberbia de Lilith pasándole la manzana en realidad a Eva
—hombres necios que acusáis a la mujer ¿sin razón?- pensé
profundamente en la perversión, naturalmente femenina. Ya
había notado eso desde aquel primer contacto claramente
sexual con la tía Fermina en la cama, yo, 5 años, curioso y
llorón; ella, señorita de 31 años, ruleros para dormir y
piernas cruzadas, moviéndolas una contra otra, logrando yo
no sabía entonces cómo, aquel pic-chic-pic-chic a mi
lado, ese sonido pegajoso que me causó envidia, un placer
desmedido que hoy día me avergüenza y algo parecido a la
premonición en la ingle.

-¿Escuchás? —me preguntó la tiíta.
-Siiiiii
-¿Te gusta el ruidito?
-Siiiiii
-Yo con mi cosita puedo hacer eso, vos no podés hacer eso
con tu pajarito, que sólo te va a servir para orinar.
-¿Por qué eso, tiíta?
-Porque los pajaritos quieren comer la cosita de las
mujeres, y nosotras no les dejamos porque si nos comen la
cosita, ya nunca más podemos hacer el ruidito, entendés (y
pic-chic-pic-chic) Y no le cuentes a nadie lo que te digo
si no querés que se te caiga el pajarito delante de todo el
mundo ¡MUERTO!

Me sorprendió -y me sorprende- la tranquilidad pasmosa
de Lilith, la mujer que no había salido de la costilla de
Adán, sino que fue al mismo tiempo y aún segundos antes,
condenada a vivir con él y obedecerle. Por irreverente. La
que motivó la soledad del Alfa y Omega, quien por tanto
tuvo que crear al hombre a su propia imagen y semejanza
para que lo adorase. Y para castigar a Lilith.

Ni un músculo denotando el más leve esfuerzo. Sí el
brazo extendido, indolente, blando. Un movimiento haragán y
descuidado, hombros redondos, brazos carnosos, piel de
manteca y pubis desvergonzado. Una puta del Paraíso (Dios
me perdone), tal como la pintó Miguel Angel. Pasándole la
manzana de la perdición a Eva, a través de Adán. Les pido que
se fijen acabadamente en esa pintura como hice yo desde la
primera vez que la vi en una serie de diapositivas en el curso
opcional de arte que tomé en la facultad de periodismo. Les
aconsejo que gasten todo lo que tienen en unas buenas fotos,
como terminé haciendo tras agrandar tanto como pude páginas
de numerosas colecciones sobre pintura, de libros, fascículos,
hasta que conseguí verdaderas fotos y pedí ampliaciones tales
que en los laboratorios Kodak les hizo pensar que estaba loco.
Fui escueto con todos respecto a mis pedidos, para qué
explicarles nada si no fueron capaces de ver lo que tenían
ante sus ojos.
Ustedes, una vez que consigan las mejores láminas
posibles (no les recomiendo las páginas internéticas), o
fotos de primera mano, seguramente de todos modos no se
sentirán satisfechos. Es natural. Pero tal como hice y hago
desde mis años de estudiante en la facultad, fíjense bien
en el cuadro (a esta altura, seguramente han enmarcado la
foto o la lámina) con el detenimiento de un poseso. Usen si
es preciso una lupa, colóquenla a una distancia que les
deje ver los detalles más mínimos de la pintura, que les
permita prever cada pincelada, adelantarse al trazo del
pensamiento. Pero no lo expongan directamente a la luz del
sol: la ventana totalmente abierta, las fotos o la
reproducción fija a la pared, a la altura de la frente es
lo ideal. Jamás usen anteojos de colores, sólo los ojos
desnudos o lentes absolutamente trasparentes y limpios.
Llegarán entonces a las mismas conclusiones que yo, es
inevitable.
De uno de mis cuatro cuadernos de anotaciones (uno por
cada año que llevo aquí) escondidos entre los ladrillos del
piso y el único armario, extraje estas conclusiones (no son
las únicas, sólo las más generalizantes). Seguramente
sabrán apreciar el tiempo que les ahorro haciéndoles
partícipes de algunas de mis observaciones que considero
magistrales, humildemente.
La Eva de la pintura, obviamente, no es significante. Es sólo la costilla de Adán, y por lo mismo, su andrógina, una copia de sí mismo. Herramienta sumisa en sus manos. A través de ella él anhela la posesión de la única mujer que es la otra imagen del Creador (más semejante que el propio Adán, por eso él no podrá verla sometida jamás). La cara
femenina de Dios, hecha de barro.
Adán y más aún, ni el soplo angélico, la han hecho
esclava siquiera de sus propios deseos. Lilith, y eso
Miguel Angel lo supo siempre, no pudo ser reemplazada por
Eva, la mujer-costilla. Por eso, la verdadera mujer que
enciende el Paraíso de la Capilla Sixtina es Lilith, no
Eva. No tomen en serio la metáfora de su cuerpo envolviendo
como una serpiente el árbol del bien y del mal. Verán su
rostro aparentemente sin expresión, y aún así no se les
escapará la ligera curva de placer que procura la maldad y
la burla a las mujeres y que no pueden disimular en el modo
en que levantan levemente la parte superior de los labios.
Como si estuvieran haciendo un ruidito pegajoso que sólo
ellas escucharan. A mis años de escrutinio no escapa el
detalle pérfido captado exactamente por un trazo filoso del
maestro.
En ella sólo es una sospecha el gesto, pero sin duda
está allí. Por algo Miguel Angel no puso en las líneas un
rasgo de ansiedad, como seguramente hubiera hecho en su
lugar su discípulo, menos avezado. Ni siquiera el esfuerzo
de tentar a Adán, nada. Sólo la manzana en la mano, como al
descuido, extendida hacia Eva, como si no supiera que el
hombre (imagen derecha de Dios) estaba allí, ubicado
justamente al costado de Eva, un poco más arriba como
correspondía y claramente, más abajo que la única mujer
semejanza del Creador. Lilith tiende la mano con la
manzana, la pone precisamente a la altura tal que él con
hacer un esfuerzo (pero no se la facilita, para nada) pueda
alcanzarla. A través de Eva, claro, pero el brazo de ésta
es sólo la prolongación del deseo de Adán. Acabamos de
entender todo, mirando la expresión del hombre hecho de
barro al mover hipnotizado los músculos, el rostro
anheloso, tensando todo el cuerpo. A punto de caer de su
situación privilegiada por encima de su propia mujer. Está
claro que él acaba de verla a ella -la verdadera- comiendo
una partecita de la fruta, tan prohibida, tan roja y
atrapada como un cuerpo sensual en la mano gordezuela.

Sí, acertadamente no es el momento en que ella come la
manzana el que elige Miguel Angel. Sino cuando acaba de
hacerlo, y la vemos en su mano, ya saboreada. Una manzana
que reventaría de placer si el pincel se hubiera detenido
un segundo más. Que contiene la impresión conchuda de un
tomate grande, de los que se usan para ensalada, y de una
frutilla madura que es como una flor y como el azúcar.
Ella, sabe que él siguió el movimiento de su mano
llevándose a la boca la fruta cómplice, que vio su
expresión plena y satisfecha de hembra orgásmica. Los
dientes se le llenaron de jugo, la punta de la lengua de
Lilith se enroscó un solo segundo, justo el necesario para
que él la viera absorbiendo. El movimiento de lengua
inequívoco de una fellatio profesional. El siguiente
segundo es el atrapado por Miguel Angel en la pintura. La
expresión del rostro masculino es clara: Adán, inocente,
cae en todas las celadas y marca su destino. Extiende la
mano y ya está claro que Eva tomará la fruta. La posesión
de Lilith está cerca, piensa Adán, sin ver la sonrisa
triunfal que Miguel Angel pintó sin hacerlo. La obviedad
está plasmada allí mismo.

--
Adán está perdido, en la punta de sus dedos Eva percibe
que debe tomar la fruta. Para seguir obedeciendo, no al
Creador sino a aquel de quien fue creada. El aún aguarda la
posibilidad de la fellatio, implícita en la fruta y en la
mujer del árbol. Fíjense bien, al hombre se le tensan los
músculos en lugares estratégicos, en los ojos se le nota la
erección que ya se apropió de su mente antes de llegar al
pene. Pero no se pierde solo. Ni aún el grito de Eva, que
no escuchamos pero que es evidente en la pintura, evita la
Expulsión del Paraíso. Si miran atentamente como les dije,
notarán una levísima inclinación divertida en los labios de
Lilith, al oír el aullido de Eva, la mujer consuelo del
hombre, creada de su costilla y por tanto, temerosa. La
rival impuesta por Dios para humillarla a ella (una
criatura angélica) por su incapacidad de admirar al Creador
y menos aún a esa parte masculina que se rinde, tan débil.
Livianamente (sobre todo, si la luz del ocaso en este
momento ya dio en las fotos o la reproducción en lámina)
podrán considerar ustedes que Lilith estaba celosa de Eva.
Pero Lilith no puede sentir celos. El segundo siguiente
(no pintado, desde luego, pero ya implícito en el cuadro)
muestra a Adán dándole un mordisco a la fruta, Eva llorando
y mirando espantada el miembro de su hombre en la boca de
Lilith, Dios firmando un decreto de expulsión inmediata que
sus ángeles cumplieron impiadosos y otra vez Lilith
riéndose con la boca llena del primer semen de Adán, del
cual salieron todas sus hijas perversas y rebeldes al
hombre, hasta llegar a la tiíta que ya no puede hacer
ningún ruidito pic-chic con su cosita porque está muerta y
enterrada (cuando encontraron su cuerpo en pedazos en el
freezer de mi casa sentí un gran alivio, realmente).

(De "El diablo por un agujero")