"El pelito colorado" (cuento de Amanda Pedrozo)


Ernestina se pasó la vida arrancándoles huevos a sus gallinas casi antes de que ellas los pusieran voluntariamente. Eso ocurrió desde la vez que vio el pelito colorado en el calzoncillo de su concubino. El pelo colorado casi tenía vida. Parecía que la estaba mirando, parecía que hasta tenía dientes y labios, ella veía en el centro de su color impúdico una sonrisa burlona. No pudo vivir en paz desde entonces. Probó té de tilo, de menta, de naranja dulce, pero cada vez la resignación era más imposible.
Ernestina no tenía el consuelo del rezo. No podía concentrarse y enseguida se olvidaba de los pasajes más complicados. Ernestina entonces comenzó su trajinar en busca del milagro, hasta que dio con el hombre que le mantuvo la esperanza. Por eso se pasó la vida arrancándoles huevos a sus gallinas casi antes de que ellas los pusieran. Fue después de que le cumplió al curandero llevándole uno a uno los elementos para la transformación. Un viernes de luna entera fue capaz de entrar hasta la mitad del cementerio para llevarse en una bolsa de trapo tierra de muertos y el dedo de un angelito recién puesto. Mientras le daba tiempo al tiempo para que el payé surtiese efecto, cosa que dependía de la fuerza de los huevos porque las gallinas de la casa estaban siendo trabajadas para que apenas entrase al patio el hombre, se sintiese incapaz de volver a salir ni siquiera para ver a la dueña del pelito inmoral, Ernestina tuvo que ir entregando uno a uno sus anillos, zarcillos, cadenillas y vasos finos. Hasta que no le quedó sino su dignidad de mujer, que igualmente corrió a depositar en las manos del curandero con deseo auténtico de recuperar el amor de su concubino. Después de esa demostración de fe al curandero no le quedó más remedio que demostrar resultados, así que entregó a su cliente un perfume para la pasión.
Todas las tardes la mujer se ponía una gota del líquido oscuro en las manos y otra en la entrepierna. Hasta que se dio cuenta de que ya no era necesario. El perfume de la pasión, o un pelito colorado enterrado para siempre en el vientre de un pajarito que murió asfixiado, logró llevar al traidor hacia un punto en que el anhelo de la carne machucada de Ernestina pronto fue insoportable para ambos. Cansada de tanto arrebato y al borde de la locura, Ernestina volvió al curandero para pedirle el reculamiento del payé, en razón de que el hombre le impedía comer y le impedía dormir, le impedía salir con tranquilidad de la casa debido a los celos desenfrenados y en líneas generales no la dejaba vivir como se debe, a causa del amor. Pero el milagro sería sin devolución. El pájaro que contenía el pelo perverso había sido llevado al arroyo una tarde de lluvia torrencial. Ni todos los huevos que Ernestina iba llevando al payesero a medida que los iba sacando de las gallinas casi antes de que ellas los pusieran por gusto, pudieron remediarle la situación. En medio de su cansancio de mujer eternamente acosada, en medio de manotazos y olores repulsivos que cultivó con dedicación en su cuerpo para alejar al indeseado, dos veces no pudo seguir aguantando el asco y así fue que lo acuchilló mientras era amada física y espiritualmente hasta decir basta. Como no murió, el anhelo le entró al hombre con más fuerza, y perdonó a Ernestina al instante.
-¿Las dos veces?
-Así mismo.
Aunque ella sigue saliendo hasta ahora todas las siestas a buscar con desesperación un pajarito y un pelo colorado.